martes, 10 de marzo de 2015

La naturaleza



Convertido el mundo del espíritu en una especie de monopolio de las viejas y anquilosadas religiones, parece que lo espiritual ha quedado “desprestigiado”.
Desprestigiado hasta el punto de que nuevas “religiones” optan por sustituir lo espiritual por “lo natural”.
El regreso a la Naturaleza, la exaltación de la Naturaleza... Lo “natural” se identifica con lo bueno, cuando en realidad la naturaleza es el ámbito del dolor, la crueldad y la muerte.
Nuestra aspiración en modo alguno debería ser el retorno a la naturaleza, sino el regreso al Espíritu, el abandono definitivo de la Tierra y la vuelta a nuestro origen inmaterial.
Desprestigiadas las grandes religiones, hay quien opta por abrazarse a los árboles o por convertir determinada dieta alimenticia en una nueva filosofía de vida.
Pero los alimentos físicos sólo alimentan la carne, y los árboles no son sino parte de la creación material imperfecta y corruptible, con sus leyes cruentas e inmisericordes.
Está también de moda la identificación de Dios con la naturaleza: Dios “es” la Naturaleza.
Se olvida que la naturaleza no es ese mundo idílico que con frecuencia se dibuja, que las leyes por las que se rige no son las de la bondad sino las de la fuerza ciega.
La mayoría de los que de ese modo exaltan la naturaleza y propugnan su culto, en realidad tienen poco contacto con ella. El hombre de campo sabe que la naturaleza es dura e implacable.
Las tribus primitivas, que se rigen por leyes próximas a las de la naturaleza, a menudo tienen normas de comportamiento que en cualquier sociedad civilizada serían completamente inadmisibles.
Vivir más próximos o más alejados de la naturaleza no nos hace mejores ni peores. Es algo indiferente. Comer unos u otros alimentos en nada afecta a nuestro espíritu. Comamos lo que comamos, es sólo eso: comida: combustible con el que mantener en funcionamiento el cuerpo.
Comer carne, pescado, huevos, queso o tan sólo verduras y frutas es una opción que afecta exclusivamente a lo físico. Es sólo materia alimentando a la materia.
Con tanta atención a todo lo relativo a la naturaleza, lo que hacemos es desatender lo espiritual. Lo que hacemos, en realidad, es servir al dios de la materia, al creador de este mundo perecedero.

 

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