jueves, 24 de octubre de 2013

La vida




Renunciar a todo lo que nos disgrega. A todo lo que nos enturbia el recuerdo.

Nuestro esfuerzo permanente debería ir encaminado a recordar. Cuanto más recordemos, más fácil nos resultará encontrar el camino de regreso. Y eso es lo único que importa de verdad.


Nos pasamos la vida preocupados por cosas que no importan. Nos pasamos la vida prestando atención a cosas que nos apartan de lo esencial.


Casi todo lo que ocurre a nuestro alrededor va encaminado a mantenernos en el olvido, a mantenernos atados a este mundo. La sociedad es un instrumento perfecto para impedir que el espíritu recuerde. Diversiones y responsabilidades, obligaciones y apetencias… En la vorágine del día a día, el espíritu desaparece. Absurdos trabajos con los que mantener en marcha la maquinaria, mezquinos disgustos, pasajeros anhelos, peleas, fracasos, ambiciones, jolgorios… Todo nos va alejando de nosotros mismos.


Ni siquiera nos damos cuenta. No nos queda tiempo para darnos cuenta. Si nos encontramos con un poco de tiempo libre, corremos a llenarlo de cualquier manera, porque nadie nos ha enseñado a estar a solas con nosotros mismos, a mirar en nuestro interior, a avivar el recuerdo.

Cuando, en realidad, eso es lo único que importa. La sociedad es un engranaje diabólico. La inmensa mayoría de los seres humanos pasan toda su vida sin preguntarse siquiera qué están haciendo y para qué lo están haciendo. Funcionarios que, día tras día, a lo largo de años, rellenan mecánicamente los impresos que exige la maquinaria burocrática; empleados de supermercado que, día tras día, a lo largo de años, rellenan mecánicamente las estanterías con arreglo a los cambios constantes que recomiendan las estrategias de ventas; ejecutivos obsesionados con el logro de objetivos y la asistencia a reuniones y congresos; amas de casa ocupadas en las monótonas tareas domésticas, aguardando el momento en que salir a tomar el café de la tarde con las amigas…


Y así se pasa la vida. Sin que nos lleguemos a preguntar por el sentido de ésta. Así, generación tras generación, millones de seres humanos repiten las mismas inanes acciones para mantener en funcionamiento la absurda maquinaria…


La reflexión es peligrosa. El silencio y la soledad son peligrosos. El tiempo libre es peligroso. Si el ser humano aceptara la soledad y el silencio, el tiempo libre y la reflexión, el engranaje se descompondría.


¿Cómo encontrar un tipo de vida que nos permita la meditación, que nos posibilite el recuerdo?

Si no podemos llevar una vida apartada del fárrago social, deberíamos al menos intentar preservar un tiempo para la meditación, un tiempo de soledad y silencio en el que poder volvernos hacia nuestro interior, un tiempo de sosiego en el que pueda escucharse la voz de Dios.

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