miércoles, 23 de octubre de 2013

La Palabra



Se habla mucho ahora de la naturaleza. De que el hombre debe aproximarse a la naturaleza. De la supuesta felicidad del ser primitivo en contacto directo con la naturaleza.


Sin embargo, lo más propio del ser humano no está en la naturaleza. Incluso cuando el hombre sale a la naturaleza, cuando recorre caminos inexplorados, cuando escala cumbres, cuando navega buscando costas nuevas, lo impulsa algo que está por encima de la naturaleza. Lo impulsa su propio pensamiento.


Sin el pensamiento, sin la reflexión que el hombre efectúa sobre la naturaleza, ésta no es nada más que una sucesión de acontecimientos ciegos. Ciclos de días y noches, encadenamiento de estaciones, nacimientos y muertes… Todo ello no sería nada, pura dinámica de la materia para prolongarse en el tiempo. Es el ser humano, con su reflexión sobre lo que le rodea, el que convierte la física y la química en belleza, en emoción, en concepto.


La naturaleza, sin nadie que la piense, es pura materialidad implacable. Los verdes trigales cuajados de amapolas, las montañas nevadas destelleando al sol, el despliegue cromático de los bosques al llegar el otoño, los amaneceres junto al mar… Todo eso no es nada si no es mirado y pensado por el ser humano.

El ser humano que contempla lo que le rodea y con su pensamiento y su palabra es capaz de trascenderlo.


Es el hombre, con su reflexión sobre el mundo, el que aporta a éste la belleza. Sin la idea de Belleza, el mundo no es sino una sucesión de procesos biológicos. La belleza del mundo no es sino la idea de Belleza que se halla en el interior del ser humano y que éste proyecta sobre lo que ve.


Esa idea procede de otra parte. No surge del agua, ni de los astros ni de las rosas, sino de lo más profundo del hombre. Procede del recuerdo.


A partir de la contemplación de lo que acontece a su alrededor, el ser humano piensa, siente, habla. La estrella sin la palabra “estrella” no es nada. La rosa sin la palabra “rosa” es sólo un proceso abocado a la putrefacción.


La belleza del mundo no está en el mundo sino en el corazón del hombre que lo ve, que lo piensa y que, reflexionando sobre ello, proyecta en lo que ve el recuerdo del lugar de donde procede, de la Belleza de la que procede y de la que ha sido exiliado.

La belleza que observa el hombre en el mundo no es sino la evocación de la Belleza a la que pertenece y a la que ansía regresar.


A través de la palabra, a través de la Poesía, el ser humano ha intentado expresar esos atisbos de la Belleza olvidada. Ha intentado explicarse a sí mismo que hay algo más, que este mundo no es su patria.

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