lunes, 30 de julio de 2012

Textos cátaros: El Libro de los Dos Principios. 1. Tratado del Libre Arbitrio (VI)



La teoría de maestro Guillermo

Dice el maestro Guillermo:
“Los ángeles no fueron creados perfectos, en su origen, porque no le fue posible a Dios darles la perfección. Dios, en efecto, no ha podido jamás -y no puede- crear un ser absolutamente igual a él; aun cuando sea calificado de todopoderoso, esto es, evidentemente, algo que no puede hacer. Luego, en la medida en que los ángeles no poseían toda la belleza y toda la grandeza de Dios, es decir, en lo que ellos no le eran exactamente iguales, han podido desfallecer ansiando esta belleza y esta grandeza. ¿No se ha dicho de Lucifer, en Isaías: "Emplazaré mi trono al costado de Aquilón y seré parecido al Altísimo"? (Isa., XIX, 13-14). A partir de ahí se podría mantener que no es razonable reprocharle a Dios no haber creado a sus ángeles perfectos (es decir: de una perfección tal que no pudieran codiciar la belleza y la grandeza de Dios), puesto que eso le era imposible”.


Sin embargo, esta teoría es refutable:
Si no podemos reprochar a Dios el no haber hecho a los ángeles de tal manera que les fuera imposible codiciar su grandeza y belleza, siendo que no podía hacerlos iguales a él, con mayor razón no podemos hacer responsables a los ángeles de lo que no han podido evitar, el caer en esta codicia, puesto que tenía por causa las disposiciones que ellos tenían de su creador, el cual no les había podido hacer bastante perfectos como para que no deseasen su belleza y su grandeza.

Es más:
Si Dios no ha podido dar a sus ángeles una perfección suficiente para que no desearan su grandeza y se volvieran así demonios por efecto de esta codicia; y si los ángeles tampoco han podido evitar de ninguna manera caer en este mal, se deduce necesariamente -según los discípulos del maestro Guillermo- que todos los ángeles y hasta los hombres -aquellos que están ahora salvos- deberían ansiar siempre la grandeza y la belleza de Dios, pecar siempre contra él en base a esta concupiscencia misma y por ella hacerse obligatoriamente demonios, como los ángeles caídos lo han llegado a ser, en efecto, a lo que ellos dicen. Y ello por la razón esencial de que Dios no ha podido, no puede ni podrá nunca hacer que su criatura sea igual que él.

Además nos dicen:
Los elegidos no pueden envidiar ni pecar de esta manera porque han sido instruídos y vueltos prudentes y sutiles por el castigo infligido a los otros ángeles, transformados en demonios a causa de la concupiscencia.


Nosotros responderemos:
En ese caso, Dios, del que se ha dicho anteriormente que era bueno, santo y justo, sería la causa verdadera y el principio del castigo y de la desgracia de todos los ángeles, puesto que él les habría infligido, sin razón ni justicia, penas eternas. Y todo eso porque ha sido incapaz de crearles de una tal perfección como para que no desearan su belleza y su grandeza, y porque los primeros ángeles no han podido evitar el mal, por el hecho de que habían sido creados antes que los otros ángeles, que fueron alertados por el espectáculo de su castigo y de su caída. Luego esos que se volvieron demonios -como la mayoría sostiene- no pudieron ser instruidos ni esclarecidos por nadie, puesto que ningún ángel había sido creado antes que ellos. Por lo tanto podrían quejarse con todo derecho de un creador así, que les ha infligido penas innumerables porque no había podido crearles tan perfectos como para que no envidiasen su belleza y su grandeza, y porque a causa de su naturaleza misma no habían podido evitar caer en la concupiscencia.

Nos preguntamos con extrañeza cómo se le ha podido ocurrir a un hombre prudente mantener que Dios -que es bueno, santo y justo- ha creído deber reprobar para siempre a estos ángeles e infligirles un suplicio eterno, porque no había podido darles bastante perfección para que no envidiasen en nada su belleza y su grandeza, y porque ellos mismos no habían podido recibir de él esta perfección.

Se me objetará quizás esto:
Aun cuando Dios no ha podido hacer a sus ángeles iguales a Él, no obstante, si lo hubiera querido, habría podido darles, al menos, bastante perfección como para que nunca tuvieran envidia de su belleza. Pero Él no lo ha querido: ellos han recibido de Él el libre arbitrio (es decir: el poder de codiciar o de no codiciar, a su gusto, su belleza y su grandeza).


Hay que reponder que este argumento contradice el precedente, a saber:
Está claro, según esta teoría, que Dios no ha querido hacer a sus ángeles de modo que no pudieran desear su belleza y su grandeza, sino que por el contrario, a sabiendas y deliberadamente, les ha creado -atribuyéndoles todas las causas por las cuales preveía que pecarían en el futuro- en un grado tal de imperfección que no podían evitar de ninguna manera la concupiscencia. Y eso con mayor razón porque en el pensamiento divino todas las causas le son conocidas desde el principio, por las cuales era preciso que la concupiscencia se manifestase un día.

Es por lo tanto evidente para los prudentes que Dios -según la teoría de nuestros adversarios- no podría encontrar excusa razonable al hecho de que no solamente no ha querido preservar a sus ángeles del Mal, sino que además les ha creado -a sabiendas y voluntariamente- en una imperfección tal que les habría sido imposible, por toda la eternidad, no envidiar su belleza y su grandeza.

Y es por esto por lo que hay que convencerse de que los ángeles no han recibido de Dios, nunca, el libre arbitrio por el cual hubieran podido evitar completamente la concupiscencia, y sobre todo, que no lo han recibido de este Dios que -si se cree, como nuestros adversarios, que sólo hay un principio único- es la causa suprema de todas las causas.

Si se acepta, en efecto, su teoría, hay que admitir forzosamente que la causa esencial de todo mal es este Dios, puesto que está escrito: "Aquél que es ocasión del perjuicio pasa por haberlo causado".

Es absolutamente imposible pensar eso del verdadero Dios.

sábado, 21 de julio de 2012

Textos cátaros: El Libro de los Dos Principios. 1. Tratado del Libre Arbitrio (V)



Donde se prueba que no existe el libre arbitrio.


No se comprende verdaderamente cómo ángeles creados buenos hayan podido odiar la bondad semejante a ellos y que existía desde la eternidad, así como a la causa de esta bondad, para empezar a querer el Mal, que aún no existía, y que es todo lo contrario del Bien.
Y todo eso sin ninguna causa, ya que, según nuestros contrincantes, no había causa del mal.
La opinión de nuestros detractores es inadmisible.

Parece evidente que los ángeles habrían tenido que escoger el Bien semejante a ellos y existente desde la eternidad, antes que rechazar el Bien para escoger el mal que no tenía por entonces ninguna existencia y cuya causa misma no existía -según la fe de nuestros adversarios- aún cuando sea muy difícil admitir que cosa alguna pueda comenzar sin causa:
¿No está escrito: "Lo que ha tomando comienzo es imposible que no tenga ninguna causa?" y también: "Todo aquello que pasa de la potencia al acto tiene necesidad de una causa para pasar a dicho acto"?

En la hipótesis de nuestros adversarios, lo que posee existencia, y la causa de esta existencia, a saber, el Bien, habría tenido menos acción sobre los ángeles que lo que no poseía la existencia, y su causa, a saber, el Mal, que no existía tampoco, y eso en oposición a lo que dicen los filósofos:
"Es preciso que una cosa exista antes para que pueda actuar."

De ello se infiere la existencia de otro Principio, el Principio del Mal, que es la causa y origen de la corrupción de los ángeles, y de todos los males.


Los ángeles no han tenido libre albedrío


Si es cierto que sin el libre albedrío los ángeles no hubieran podido pecar, está claro que Dios no se lo habría concedido, puesto que Él sabía que con el libre albedrío Su Reino sería corrompido.
Y, si Dios se lo hubiera concedido, habría que imputar, necesariamente, a este Dios, "que está por encima de toda alabanza", la corrupción de sus ángeles.

¿Cómo se puede mantener que los ángeles hubieran podido hacer siempre y únicamente el bien, si, en la providencia divina, que conoce enteramente el futuro, ellos estaban abocados al mal?

Si aceptamos a ese Dios de nuestros detractores que prevé el futuro, y en quien todas las causas según las cuales es imposible que el futuro no sea futuro, son conocidas desde la eternidad por su sabiduría, en fin, del que proceden necesariamente todas las cosas desde la eternidad, resulta manifiestamente falso que los ángeles hubieran podido evitar el mal.

Si aceptamos a ese Dios que tiene conocimiento absoluto del futuro, que conoce en su pensamiento todas las causas por las cuales, desde la eternidad, es imposible que el futuro no sea el futuro, por su sabiduría de donde procede necesariamente y eternamente todo lo que existe, resulta falso que los ángeles hayan podido tener la libre facultad de poder, de querer, de discernir y de hacer el bien todo el tiempo, puesto que este Dios conocía y preveía infaliblemente el destino de todos sus ángeles, incluso antes de que fueran creados.

Es imposible que los ángeles buenos hayan podido odiar el Bien y desear el Mal sin razón suficiente; nada puede suceder sin causa. Entonces es preciso que en Dios los ángeles llegasen a ser demonios, porque en su Providencia eterna existían todas las causas capaces de conducirles a su decadencia futura.
Sin ninguna duda, es imposible, en el pensamiento divino, que pudieran permanecer buenos para siempre.
Sólo los hombre que ignoran el futuro y la realidad de las cosas pueden decir entre ellos que los ángeles han tenido la opción de hacer el Bien o el Mal.
Los ángeles no han tenido la libertad de hacer siempre el Bien o siempre el Mal, sino que necesariamente tenían que degenerar.

Por tanto, si se siguiese la teoría del Principio único, se habría de admitir que los ángeles han recibido de Dios las disposiciones que debían llevarlos al Mal.
Y esto sería una conclusión muy loca e impía.

 

viernes, 20 de julio de 2012

Textos cátaros: El Libro de los Dos Principios. 1. Tratado del Libre Arbitrio (IV)



Es preciso eliminar la noción del libre albedrío


El Mal, si se encuentra en el pueblo de Dios, no proviene del verdadero Dios. No es Dios quien le ha hecho existir, no es Dios su causa.
Jamás el mal habría podido surgir espontáneamente de la criatura del Dios bueno, si no hubiera habido una causa del mal.

El Señor ha dicho en el evangelio de San Mateo: "El reino de los cielos es parecido a un hombre que había sembrado buen grano en su campo. Pero mientras dormía, su enemigo vino a sembrar cizaña entre el trigo y se fue" (Mt., XIII, 24-25).

Y el Señor mismo por boca de su profeta Joël: "Un Pueblo fuerte e innumerable acaba de embestir sobre mi tierra. Sus dientes son como los dientes de un león. Ha reducido mi viña a un desierto, ha arrancado la corteza de mis higueras, las ha despojado de todos sus higos, los ha tirado por tierra y sus ramas han quedado todas secas y desnudas" (Joe., I, 6-7).

La iniquidad, la "cizaña", la "mancillación del santo templo de Dios" y la "devastación" de su viña, no pueden de ninguna manera provenir del Dios bueno ni de su creación buena, la cual depende de él en todas sus disposiciones.

Se deduce entonces que hay otro principio -el principio del Mal- que es la causa y la fuente de toda iniquidad.


De la objeción que nos hacen nuestros adversarios, a saber: Que Dios no ha querido crear a sus ángeles perfectos


Si se mantiene que Dios ha querido crear a sus ángeles tales que tengan la facultad de hacer, a elección suya, el Bien o el Mal, a causa de la naturaleza misma que el Señor les habría dado, en ese caso este Dios sería la causa y el principio de este Mal.

Lo que es imposible de admitir y vano de sostener.


viernes, 13 de julio de 2012

Textos cátaros: El Libro de los Dos Principios. 1. Tratado del Libre Arbitrio (III)



Del origen del Mal o del Principio malo

Por esto es por lo que necesariamente tenemos que reconocer que existe otro Principio, el Principio del Mal, que obra malignamente contra el verdadero Dios, y que anima a la criatura contra su Dios.


En esta situación, el verdadero Dios sufre:
"Vuestras iniquidades se han hecho una pena insoportable" (Isaías, XLIII, 24).
"Estoy cansado de sufrirles" (Isaías, I, 14).
"Vosotros habéis hecho sufrir al Señor" (Malaquías II, 17).

De la acción que el Príncipe malo ejerce sobre Dios, el Señor mismo dice en el libro de Job, dirigiéndose a Satanás: "Tú me has llevado a levantarme contra él, para que yo me aflija, sin que él lo merezca" (Job., II, 3).

Y por boca de Ezequiel: "Ellas han destruido la verdad de mi palabra en el espíritu de mi pueblo por un puñado de cebada y por un trozo de pan, matando las almas que estaban vivas" (Eze., XIII, 18-19).

Y por boca de Isaías: "He llamado, y no habéis contestado; he hablado y no me habéis escuchado; habéis hecho el mal delante de mis ojos y habéis querido todo aquello que yo no quería" (Isa. LXV, 12).

Si no hubiera más que un Principio, santo y bueno, como lo es el Señor verdadero Dios, no se infligiría a sí mismo tristeza, aflicción y dolor, no soportaría el castigo de sus propias acciones; no sufriría, no se arrepentiría, no tendría necesidad de ser ayudado, no estaría esclavizado por los pecados de otro; no desearía nada y no tendría necesidad de querer apresurar lo que es demasiado lento en realizarse: Nada podría ser obstáculo a su voluntad; no podría ser conmovido ni contrariado por nadie. Nada existiría que pudiera afligirle. Sino que, si no existiera más que un solo Principio, santo y bueno, como, en su dominio, es nuestro verdadero Dios, todo le obedecería por una necesidad absoluta, sobre todo en tanto y cuanto que es por Él, en Él y para Él, como todas las cosas subsistirían, en todas sus disposiciones.


Es posible al hombre servir a Dios


Dios puede ser ayudado por sus criaturas.
Nos es posible servirle realizando los designios que Él mismo desea mantener a través nuestro.
Servimos a Dios cuando cumplimos su voluntad, y recibimos socorro de Él.

Dice Santiago en su epístola: "Toda gracia excelente y todo don perfecto viene de lo alto y desciende del Padre de las luces" (Snt., XI, 17).

Y David: "Si el Señor no construye una casa, es vano que trabajen aquellos que la construyen. Si el Señor no guarda una villa, es vano que la cuide aquel que la guarda" (Sal., CXXVI, 1-2).

En las parábolas de Salomón: "Es el Señor quien endereza los pasos del hombre; ¿Y qué hombre puede comprender la vía por la que camina?" (Pr., XX, 24).

En el evangelio de Lucas, Cristo dice: "Haced esfuerzos por entrar por la puerta estrecha" (Lu., XII, 24).

Y en el evangelio de Juan dice Cristo también: "Yo soy la Vía, la Verdad y la Vida: nadie va al Padre sino por mí" (Jn., XIV, 5).


lunes, 9 de julio de 2012

Textos cátaros: El Libro de los Dos Principios. 1. Tratado del Libre Arbitrio (II)




Del libre arbitrio de los ángeles

Nuestros adversarios dirán: Dios, si hubiera querido, habría creado a sus ángeles en tal perfección que no habrían podido, en ningún grado, hacer el mal. Porque conoce todo en toda la eternidad, porque es todopoderoso, porque su omnipotencia no está obstaculizada por ningún otro poder.

Sin embargo, nos dicen, Dios ha creado a sus ángeles de tal manera que puedan, a su gusto, hacer el bien o el mal, y llaman a esto libre albedrío.

Así, afirman ellos, Dios podrá justamente y con razón dar a sus ángeles la gloria o el castigo, es decir: glorificar a los unos porque habiendo podido hacer el mal no lo han hecho, y castigar a los otros porque habiendo podido hacer el bien no lo han hecho.

Si Dios hubiera creado a sus ángeles de una perfección tal que no hubieran sido libres de hacer el mal, Dios no habría podido agradecerles su buen comportamiento, puesto que sólo habrían actuado por necesidad.


Refutación


Si Dios debe reconocimiento a un ser por un servicio que éste le presta, ello parece implicar que hay algo que a Dios le falta y escapa y se resiste a su voluntad, puesto que pide y desea tener aquello que no tiene y necesita.
"He tenido hambre y me habéis dado de comer; he tenido sed y me habéis dado de beber..." "Todas las veces que habéis hecho esto por uno de los más pequeños de mis hermanos, es a mí mismo a quien lo habéis hecho" (Mt., XXV, 40).
"¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como una gallina reúne a sus pequeños bajo sus alas, y tú no lo has querido!" (Mt., XXIII, 37).
"Vuestra impureza es execrable, porque he querido purificaros y vosotros no habéis abandonado vuestras basuras" (Eze., XXIV, 13).
De todos estos textos, parece resultar que la voluntad de Dios no está enteramente cumplida. Lo que sería imposible si no hubiera más que un Principio bueno y perfecto.

Y ésta es la razón por la cual podemos servir a Dios cuando asumimos su voluntad, es decir, cuando alejamos el hambre y los otros males de las criaturas.

Que ese supuesto Principio único pueda tener que soportar lo que no quiere soportar y que haya alguna cosa en el mundo capaz de apesadumbrarle y afligirle, a él o a los suyos, sólo sería posible si Él estuviera dividido contra Sí mismo, y fuera capaz de perjudicar a sus criaturas y a Sí mismo, es decir, hacer de buen grado, sin que ninguna realidad extraña le contraríe, lo que en el futuro sería perjudicial para Él y para los suyos y les aportaría aflicción y dolor.

Este Dios que según nuestros adversarios ha creado al hombre y a la mujer y a todos los seres, se nos muestra tal cual en el Génesis: "Estando transido de dolor hasta el fondo del corazón, dice: exterminaré de la superficie de la tierra al hombre que yo he creado; exterminaré todo, desde el hombre hasta los animales, desde aquello que se arrastra sobre la tierra hasta los pájaros del cielo, porque me arrepiento de haberlos creado" (Ge., VI, 6-7). Si no hubiera más que un solo Principio, santo y perfecto, jamás el verdadero Dios habría actuado de esta manera.

Sin duda, se puede interpretar tal texto como si significase: "Hay otro Principio, el del Mal, que aflige mi corazón por su acción maligna contra mis criaturas. Y es ese Principio malo quien me hace padecer por mis criaturas".

Pero, según la teoría del Principio único, no se puede interpretar más que de la siguiente manera: "Me arrepiento de haber creado a estos seres, es decir que en el futuro tendré que sufrir en Mí mismo y como un castigo el dolor de haberlos creado libremente."

Y a partir de ahí, hay que considerar, según la teoría de los que creen en un Principio único, que Dios se ha infligido a Sí mismo tristeza, dolor y aflicción, y tiene que soportar la pena de una falta que ha cometido sin haber sido obligado por voluntad extraña a la suya.


No se podría, sin impiedad, tener esa opinión del verdadero Dios.

martes, 3 de julio de 2012

Textos cátaros: El Libro de los Dos Principios. 1. Tratado del Libre Arbitrio (I)



Los dos principios.

O bien sólo hay un principio principal o hay más de uno.
Si no hay más que uno, es necesario que sea bueno o malo.
Como dijo Cristo en el Evangelio de San Mateo:
"Un buen árbol no puede dar mal fruto, ni un mal árbol darlo bueno". (Mt., VII, 17-18).
Y Santiago en su epístola:
"¿Una fuente, arroja por un mismo orificio agua dulce y agua amarga? ¿Una higuera puede dar uvas? Así, ninguna fuente de agua salada puede dar agua dulce". (Snt., III, 11-12).

De la bondad de Dios.

Dios es bueno, santo, sabio y justo. Bondad pura.

De la omnisciencia de Dios.

Afirman nuestros contrarios que el Señor, a causa de su sabiduría, conoce todas las cosas de toda la eternidad; que el pasado el presente y el futuro están siempre bajo sus ojos, y que sabe por sí mismo todas las cosas antes de que pasen.
Como dice Susana, en el libro de Daniel: "Dios eterno, que penetra en lo que está más escondido y que conoce todas las cosas, incluso antes de que estén hechas" (Da., XIII, 42).
Y Jesús, hijo de Sirac, dice también: "Puesto que el Señor, nuestro Dios, conocía todas las cosas del mundo antes que las hubiera creado, y las ve también ahora que las ha hecho" (Ec., XXIII, 29).
Y el apóstol dice a los Hebreos: "Ninguna criatura le es desconocida: todo está al desnudo y al descubierto delante de sus ojos" (Heb., IV, 13).

De la omnipotencia de Dios.

Afirman nuestros contrarios que el Señor es todopoderoso, y hace todo lo que quiere. Nadie puede oponerse a él.
El Esclesiástico lo afirma: "Porque él hará todo lo que quiera. Su palabra está llena de poder y nadie puede decirle: "¿Por qué obras así?" (Ec., VII, 3-4).
David también lo dice: "Nuestro Dios está en el cielo; y todo lo que ha querido lo ha hecho" (Sal., CXIII, 2-3).
Y está escrito en el Apocalipsis: "Yo soy, dice el Señor Dios, ése que es, que era y que será, el Todo Poderoso" (Apoc., I, 8).


Primera oposición a nuestros contrarios.

Afirman nuestros contrarios que Dios lo puede todo y que sabe todas las cosas antes de que hayan tenido lugar.
Ha creado a sus ángeles como lo ha decidido, sin encontrar ningún obstáculo.
Conocía el destino de todos sus ángeles incluso antes de que ellos existieran.
La conversión de algunos de ellos en demonios estaba, ya desde antes de su creación, bajo la mirada y en el conocimiento de Dios.
Esos ángeles, pues, jamás han podido seguir siendo buenos, puesto que nadie, en presencia de este Dios que conoce todos los futuros, puede hacer nada más que lo que ha previsto que haga, desde el comienzo, Aquél en cuyas manos están necesariamente todas las cosas desde la eternidad.

De la imposibilidad.

Dios conoce todo, desde toda la eternidad.
Dios conoce desde el principio aquello que ha de llegar, es decir: las causas por las cuales el futuro es "posible" antes de existir.
Ha sido por tanto necesario que el porvenir fuera determinado en su pensamiento, puesto que conocía, desde la eternidad, todas las causas que son precisas para llevar el futuro a su efecto.
Si es cierto que no hay más que un principio, Dios es la causa suprema de todas las causas.
Y con mayor razón aún si es cierto que Dios hace lo que quiere y su poder no es obstaculizado por ningún otro.
Si Dios ha sabido desde el origen que sus ángeles llegarían a ser demonios en el futuro, en razón de la organización que él mismo les había dado en el principio, y porque todas las causas por las cuales era preciso que estos ángeles se transformasen en demonios estaban presentes en su providencia; si es cierto, por otra parte, que Dios no ha querido crearlos de otra manera que como los ha creado, resulta necesariamente que no han podido jamás evitar el llegar a ser demonios.
Y lo podían aún menos puesto que es imposible que lo que Dios sabe que será el futuro, pueda de alguna manera ser cambiado.
¿Como entonces se puede afirmar que los antedichos ángeles hubieran podido permanecer siempre buenos?
Dios desde el origen, a sabiendas y con todo conocimiento, ha creado a sus ángeles de una imperfección tal que no pudieron evitar el Mal.
Pero entonces este Dios de quien hemos dicho que era bueno, santo y justo y superior a toda alabanza, sería la causa suprema y el principio de todo mal.
Como esto no es posible, en consecuencia hay que reconocer la existencia de dos Principios: El del Bien y el del Mal, este último siendo la fuente y la causa de la imperfección de los ángeles como, por otra parte, de todo el mal.


Objeción a nuestros argumentos.

Se nos objetará que la sabiduría o la providencia que pertenecen a Dios en el principio no ha conllevado en sus criaturas ninguna determinación que las llevara a hacer el bien o a hacer el mal necesariamente:
Aun cuando haya conocido y previsto desde la eternidad el destino de sus ángeles, no es su sabiduría ni su providencia lo que les ha hecho llegar a ser unos demonios.
Es por su propio albedrío y por su maldad por lo que han rechazado permanecer santos.


Refutación de este argumento.

Si Dios ha sido la única causa de la existencia de todos sus ángeles, éstos tuvieron, entonces, desde el origen, la naturaleza y las inclinaciones que Dios les había dado: las tenían de Él solo, tal como Él había querido dárselas. Lo que ellos eran lo eran por Él, en toda su constitución. No poseían nada que hubieran recibido de otro que no fuera Él. Y Dios nunca había querido, en el origen, hacerlos de otra manera.
Que si Él hubiera querido crearlos de otra manera lo habría podido hacer sin la menor dificultad (si creemos a nuestros adversarios), dando a esta creación otro efecto.
Luego entonces parece evidente que Dios no ha querido, al comienzo, tener cuidado del perfeccionamiento de sus ángeles. En cambio, y con todo conocimiento, les ha asignado todas las causas por las cuales era necesario que llegasen a ser más tarde demonios.

Por esto no es cierto decir que la sabiduría y la providencia de Dios no han actuado -para llevar a los ángeles a transformarse en demonios- más que la "previsión" del hombre que desde su ventana sobre el camino ve la dirección que toma aquél que está en la calle, por la razón esencial de que el hombre que está en la calle no procede de aquél que está en la ventana ni ha recibido de éste su ser y su poder. Si le vinieran de él sus fuerzas, y absolutamente todas las causas que le determinan a recorrer necesariamente ese camino -como los ángeles, según la fe de nuestros contradictores, tienen las suyas de su Creador- no sería cierto decir que la previsión del "hombre de la ventana" no es lo que hace caminar al "hombre de la calle", como los ángeles no actúan más que por Dios.

Y así, razonablemente, nadie podría acusar a estos ángeles de pecado, puesto que no han podido hacer de otra manera que como han hecho, a causa de las disposiciones de su Señor.
A causa de la naturaleza que han recibido de su creador, los ángeles no habrían podido evitar caer en el mal, a causa de las disposiciones que desde el origen les habría dado Dios.

lunes, 2 de julio de 2012

Textos cátaros: El Libro de los Dos Principios



Pocos son los escritos cátaros que se conservan.


El texto más relevante, probablemente, es el Libro de los dos principios.

Del Liber de Duobus Principiis existe un único manuscrito, de finales del siglo XIII, que pertenece al fondo de los Conventi Soppressi de la Biblioteca Nacional de Florencia.
Fue publicado en 1.939:
Un tratado neo-maniqueo del siglo XII, el Libro de los dos principios, seguido de un fragmento del ritual cátaro, edición de A. Dondaine, O.P. Instituto Storico Domenicano, S. Sabina, Roma, 1939.


Está compuesto por siete tratados:


El primero, “El libre arbitrio”, niega la existencia del libre albedrío.

El segundo, “La creación”, y el tercero, “Signos Universales”, completan el primero, y entre los tres fundamentan la teoría acerca de la existencia de dos Principios.

El cuarto, “Resumen para servir de instrucción a los ignorantes”, expone la doctrina de los dualistas absolutos, tal y como la había sistematizado Jean de Lugio, aplicada a dos puntos concretos: la Creación y los dos Principios.

El quinto, “Contra los Garatenses”, es una pieza dirigida contra el dualismo mitigado de la iglesia de Concorezo.

El sexto tratado, titulado nuevamente “Del libre arbitrio”, recoge argumentos añadidos en contra de la existencia del mismo.

Finalmente, el séptimo, “Las persecuciones”, es una selección de citas destinadas a mostrar con la autoridad del Nuevo Testamento que los verdaderos cristianos han de esperar ser perseguidos.