miércoles, 22 de febrero de 2012

APOCALÍPTICA


Una posición cercana al dualismo es la de la apocalíptica judía extrabíblica, con la oposición de los dos eones o mundos, el presente y el futuro.
El mundo presente se halla sumido en las tinieblas y sometido a los poderes demoníacos.
El mundo futuro, el Reino de Dios, sustituirá a este mundo presente, que será aniquilado en la conflagración cósmica del “éschaton”.

Para el judaísmo bíblico es desconocido ese concepto del “éschaton” como pasaje de este mundo, terreno y material, a otro mundo, supraterreno y espiritual.


La literatura apocalíptica es un conjunto de escritos de revelación (en griego: “apokálypsis”) sobre realidades trascendentes, sobre secretos, sobre verdades ocultas: Dios, el origen del cosmos, la historia del hombre.
Los autores de tales textos, poseedores de un conocimiento esotérico, interpretan los enigmas del pasado, del presente y del futuro.

El simbolismo pertenece a la esencia de la expresión literaria semita. Los profetas lo habían empleado abundantemente, pero para los autores de escritos apocalípticos el símbolo se convierte en necesidad. Al tener que hablar de cosas pertenecientes a la órbita de lo misterioso, de lo no conocido experimentalmente, nada como el lenguaje simbólico como medio de expresión.


Es común a casi toda la apocalíptica el hábito, llamado pseudonimia, de atribuir la paternidad del escrito a un personaje ilustre del pasado (Henoc, Noé, Abraham, Salomón, Moisés, Elías, Isaías, Daniel, Baruc, Esdras, etc.), reconocido unánimemente como una autoridad profética o sapiencial.
Los escritores apocalípticos necesitaban que se valorase positivamente su mensaje, que era un mensaje de esperanza. Pero, conscientes de que sus nombres no tenían mucho prestigio y de que, consecuentemente, sus escritos causarían poco impacto, presentaron sus reflexiones como revelaciones recibidas en el pasado por figuras célebres del pueblo de Israel. Personajes que habían podido conocer los secretos celestiales porque habían sido los amigos de Dios y los portadores de su espíritu.


La apocalíptica surge en la historia judía como una necesidad vital para superar la crisis de desesperanza por la que pasó la sociedad israelita posterior al destierro babilónico.
Con los profetas, las esperanzas de alcanzar un futuro glorioso y feliz, aunque se habían ido desplazando hasta situarse en el final de los tiempos, se mantenían dentro del plano de la historia terrena.
La aportación de la apocalíptica consistirá en desgajarlas del plano terrestre y situarlas en un ámbito transcendente, más allá de este mundo.
Su mensaje consiguió reavivar la debilitada esperanza israelita.


Tres momentos históricos pueden establecerse como determinantes en la configuración de esta literatura:
La persecución de Antíoco IV Epífanes (años 168-165 a. C.)
La conquista de Jerusalén y el asalto al templo por las tropas de Pompeyo (año 63 a. C.)
Y, por fin, el aniquilamiento del pueblo, llevado a cabo por Vespasiano y Tito (años 66-70 d. C).

La tradición apocalíptica israelita tuvo contactos no sólo con la sabiduría de Israel sino también con los círculos sapienciales del Oriente Medio.


Es una revelación centrada en el porvenir.
El eje de sus consideraciones es el futuro, y en función de ese futuro se describe e interpreta el presente y el pasado.
El mensaje básico es la fe inquebrantable en la liberación que llegará en un mundo nuevo.
Un mundo donde los buenos judíos verán cumplidas sus esperanzas y donde los impíos serán condenados.
En este sentido uno de los elementos principales de la narración apocalíptica lo constituye la figura del elegido de Dios: el Mesías.


Late en la apocalíptica un fuerte dualismo entre el cielo y la tierra, la lucha escatológica entre el ejército de Dios y las fuerzas del Mal, entre ángeles y demonios, en connivencia con los hombres buenos y malos.
Esta lucha, en la que se van alternando victorias y derrotas parciales, culminará con una intervención masiva de Dios y el triunfo final de las fuerzas del Bien, la perdición de los enemigos en el fuego eterno, y la renovación del universo.
El Mesías es el representante divino que vendrá a realizar esta obra, a celebrar una verdadera batalla cósmica.


Las líneas temáticas fundamentales de la apocalíptica son:
- La creencia en la vida ultraterrena, bien a través de la resurrección o de la inmortalidad del alma, y en la salvación paradisíaca que acontecerá tras la catástrofe cósmica final.
- El convencimiento de que el mal tiene su origen en una esfera superior al hombre.
- La afirmación de la existencia de ángeles y demonios que influyen y participan en la evolución de nuestro mundo.


El dualismo de la apocalíptica nunca llega a ser un dualismo absoluto, porque, si bien el Mal ha logrado una posición dominante en esta era, Dios sigue encontrándose en un nivel superior.

Pero donde la tensión dualista llega a su máxima expresión es en Baruc y Esdras, en cuyos textos se advierte un pesimismo creciente y una fuerte tendencia a considerar la historia de esta era en términos totalmente negativos.


En el Cuarto Libro de Esdras, éste expone a Dios su angustia y estupor ante el modo divino de proceder respecto de Israel y del mundo en general. Queda de manifiesto la incapacidad del hombre para entender ciertas cosas, pero se le garantiza a Esdras que al final se desvelará el misterio.

En el Baruc Siriaco también el tema fundamental es la pregunta por la desconcertante actuación de Dios respecto del mundo: por qué permite el éxito de los malvados mientras el justo es marginado y humillado. Habrá un final en el que se superarán las contradiciones de esta vida, es la respuesta de Dios.

El Apocalipsis de Abraham parece haber surgido en círculos esenios no mucho antes de la caída de Jerusalén (70 d. C.) Su contexto es el mismo que el de los libros de Esdras y de Baruc. Elevado al séptimo cielo, Abraham contempla el trono de Dios y el decurso de la historia. Al final, sonará la trompeta y el elegido de Dios - el Mesías - reunirá a su pueblo y condenará a sus enemigos al fuego.

Una de las constantes de la corriente apocalíptica es la figura del elegido de Dios para conducir la historia a un final donde se reivindique la causa de Dios.


Junto a su carácter religioso, el mesianismo apocalíptico presenta también una intensa connotación político-nacionalista.
Sin embargo, en su mayoría los Apocalipsis ignoran o rechazan la acción militar como medio para resolver conflictos. Ejemplos de ello se encuentran en el Libro de Daniel, que, conociendo las revueltas macabeas, les concede muy poca importancia, y en el Libro de los Sueños, donde se hacen referencias muy duras hacia las acciones de los macabeos.


La finalidad de los Apocalipsis no es animar a la lucha o la resistencia activa, sino más bien concienciar sobre el advenimiento del final de la situación de sufrimiento y opresión, para que se mantenga la esperanza.
Así, mientras en la primera guerra judía los zelotes hicieron frente al ejército romano, los hombres de Qumran no presentaron ningún tipo de oposición al poder de Roma.


Jesús fue contemporáneo de algunos de los momentos de máxima expresión de estas corrientes político-religiosas. Aunque marcó distancias respecto de sus representantes más significados - zelotes y esenios -, seguramente participaba de algunas de las convicciones de ambos movimientos.

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