martes, 11 de octubre de 2011

La resurrección de la carne


El mensaje esencial de Jesucristo no pudo ser la resurrección de la carne, porque esa recuperación de la materia en realidad es algo irrelevante.


Lo que pasara con el cuerpo de Jesucristo no es un asunto trascendental. Jesucristo era Espíritu y volvió al Espíritu, y lo que ocurriera con la apariencia material que tomó para comunicarse con nosotros es secundario.

El Demiurgo que gobierna la materia se ensañó con el cuerpo, considerando que esa batalla era crucial, pero la victoria de Jesucristo pertenece a otro ámbito.

Jesucristo es el Revelador.


La esperanza en la resurrección corporal de los muertos se impuso como consecuencia lógica de la fe en un Dios creador del hombre en alma y cuerpo. Pero, según el catolicismo, se trata de una resurrección en “cuerpo glorioso”, en “cuerpo espiritual”. El significado de esa expresión la misma Iglesia Católica afirma que se nos escapa y que no es accesible más que por la fe.


Jesucristo no ha resucitado porque no ha muerto. Ésa es la enseñanza cátara. El espíritu no muere. Construir una religión sobre la esperanza en la resurrección de la carne es una locura. El espíritu no tiene necesidad de la carne. Creer que la carne se transfigurará en “otra cosa” no conduce a nada.


No resucitaremos porque no moriremos. El día de la muerte es sólo el día de la liberación. Si sabemos prepararnos para ella, el día de la muerte puede ser el más feliz de nuestra existencia en este lugar inhóspito. Volveremos a la casa del Padre, al territorio del Espíritu.


¿Qué sería la resurrección? ¿Qué sería un “cuerpo espiritual”?


Ese “cuerpo de gloria” es tan sólo el empeño por asimilar lo inasimilable. Si el cuerpo se convierte en espíritu deja de ser cuerpo. ¿Qué necesidad tendría el espíritu de recuperar un cuerpo corrompido y transformarlo en algo “parecido” al espíritu? Y, si así fuera, ¿qué relevancia tiene? El cuerpo convertido en espíritu sería espíritu y ya nada tendría que ver con esta materia dolorida y defectuosa que nos mantiene atados a ras de tierra.


La doctrina de la resurrección de la carne, convertida en “carne gloriosa”, fue un esfuerzo por justificar la creencia de que la carne fue creada por Dios. Un esfuerzo por “justificar” a ese Dios al que se atribuye la creación de la materia defectuosa.


Sin embargo, lo que ocurra con la materia una vez hayamos vuelto al Espíritu puede sernos indiferente. Una vez retornados al Espíritu, no volveremos a esta prisión.


Ésta no es la residencia propia del espíritu. Nuestros cuerpos morirán y se descompondrán para siempre, y no hay motivo para creer que el espíritu pueda tener intención de recuperar esta carga.

El día de la victoria de la Luz sobre la Sombra, la materia desaparecerá para siempre.


El espíritu que ha completado el proceso de recuperación de la memoria, en el feliz día de la muerte se desembarazará de esta lastimosa envoltura para siempre y podrá, por fin, ser libre. Si nos paramos a escuchar al espíritu, comprenderemos que todo en él anhela liberarse de este envoltorio, desprenderse de las ataduras que le impiden volar.

 

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