domingo, 18 de septiembre de 2011

La casa de Dios


Las grandes iglesias románicas y góticas no son exclusivamente católicas. Son un espacio sagrado en términos absolutos, y deberían ser preservadas de la contaminación turística.


Ahí la piedra no es piedra, el vidrio no es vidrio, la pintura no es pintura. Se produce una especie de transmutación de la materia. La piedra se convierte en el “medium” a través del cual el espíritu se comunica. Una catedral gótica sigue teniendo más potencia comunicadora que los aparatos modernos.
Se está perdiendo ese ámbito. Así, en vez de en templos como los levantados en siglos anteriores, hoy las nuevas parroquias se instalan en edificaciones funcionales. Pero los templos no son sólo espacios físicos.
Las antiguas catedrales, como las mezquitas o los templos judíos, egipcios o griegos, no son patrimonio exclusivo de una religión. Son ámbitos sagrados en donde los grandes constructores supieron abrir vías de comunicación con el espíritu. El secreto de aquellos constructores parece haberse perdido con el advenimiento del “Siglo de las Luces”, pero en sus obras pervive la posibilidad de establecer esa conexión. Las construyeron para eso, no para ser recorridas por grupos de turistas apresurados en pos de un guía.


Los verdaderos templos no son lugares de devoción, sino de trascendencia, de CONOCIMIENTO.
Hoy el pensamiento débil embota la percepción.
No se trata de buscar o provocar un “estado alterado de conciencia”. Al contrario. Se trata de alcanzar una especial lucidez.
Se trata de percibir la potencia que transmiten algunas construcciones. En ellas, de algún modo, el hombre encontró la forma de abrir un “agujero” que lo comunicara con el otro lado.


Lugares de conocimiento hoy profanados por el turismo. Miles de personas los visitan sin entender nada, sin oir nada, sin pararse siquiera a escuchar.

Eso es lo importante: pararse a escuchar.


Ahí, en esas construcciones que van más allá de la adscripción concreta a una confesión determinada, los grandes constructores de antaño supieron establecer canales de comunicación del espíritu con el espíritu. En esas edificaciones maravillosas y terribles, el alma humana, si entra en ellas con la actitud adecuada, puede escuchar la voz de Dios. Son lugares levantados para ello. Sus artífices lo sabían. No da igual el modo en que se edifiquen los templos. No sirve cualquier casa. Hoy las claves parecen olvidadas; se está cegando ese cauce.


El catarismo surgió en la época en la que se estaban construyendo muchas de esas obras. Los cátaros se enfrentaron a la Iglesia Romana, pero ello no les impidió apreciar el valor de estos edificios. Perseguidos por la Iglesia Romana, no pudieron ya nunca volver a entrar en esos templos, pero buscaron en el misterio de las cuevas un trasunto del templo.


Ahora ya no se expulsa a nadie de los templos, y las antiguas catedrales se han llenado de visitantes presurosos. Hay que procurar ir a ellas cuando no haya nadie, para recuperar su carácter de lugar sagrado, de lugar donde el alma puede distanciarse del lastre terrestre y aproximarse a la divinidad.

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